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PRIMERA JERARQUIA ANGELICAL |
Querubines
Los querubines, sabios o maestros celestiales, son
igualmente criaturas celestiales aladas, aunque parece que no tienen el aspecto
humano de los ángeles. Su misión no es pelear, sino guardar el árbol de la
Ciencia del Bien y del Mal en el Jardín del Edén y servir de ilustración a la
tapa del Arca de la Alianza, así como ser objeto de adorno en el templo de
Salomón. Recogen la sabiduría de los Serafines y la distribuyen, delegando el
trabajo concreto sobre otros ángeles, los discípulos. También conocemos su
misión como acompañantes en el trono de Dios y en su vehículo, el carro alado
de fuego. Se les reconoce como seres muy sabios, nada envidiosos y que son
capaces de enseñar a quienes no saben, por lo que la posibilidad de que los humanos
admitamos la presencia y el legado de Dios depende esencialmente de ellos. Se
sienten atraídos por los juguetes, los dulces y los objetos de colores
brillantes.
En el Génesis son descritos después del pecado de Adán y
Eva: «Dios los expulsó del Paraíso… y puso delante del jardín del Edén un
querubín que blandía flameante espada para guardar el camino del árbol de la
vida» (Gen 3, 24).
Sobre los querubines, Dionisio Areopagita dice que su nombre
significa «plenitud de conocimiento o rebosante de sabiduría a quienes su
extrema inteligencia les permite conocer a Dios como ningún ser humano puede
hacerlo».
El único rasgo iconográfico que distingue a los serafines de
los querubines es su número de alas. Los primeros llevan seis alas y los
segundos, sólo cuatro, y se dice que esta diferenciación está basada en la
visión de Isaías (Is 6, 2-7).
Lo cierto es que la iconografía más común consiste en
representarlos como un rostro rodeado de alas, cuatro o seis, según el caso, y
a veces únicamente dos. Para muchos, estos seres celestiales que constantemente
están en la presencia de Dios, no parecen tener misión terrenal alguna.
Actualmente, la idea que muchos de nosotros tenemos cuando oímos la palabra
«querubín» es la de un pequeño regordete de apenas dos años de edad con alas y
aunque tiene una gran semejanza con el hombre, lo cierto es que se le describe
con cuatro caras diferentes y dotado de cuatro alas. Ezequiel los describe como
«criaturas vivientes» en el capítulo 1 y como «querubín» en el capítulo 10, pero
se refiere al mismo ser.
Serafines
Los serafines podrían ser la fuente de luz y calor para
Dios, aunque son entes que no parecen gozar de un gran prestigio, pues
solamente se les menciona en las escrituras en la visión de Isaías,
describiéndoles como seres que están situados habitualmente encima del trono de
Dios.
Su misión parece ser muy poética y las pocas referencias a
ellos les mencionan como buenos cantantes, especialmente en loas a Dios. Se les
atribuye una gran movilidad en torno al trono divino, generando calor y
movimiento a su alrededor, aportando igualmente luz que nunca se apaga y que
sirve para ahuyentar la oscuridad. La palabra deriva de seraph, que podría ser
traducida como «serpiente», «quemar», «ardiente» e incluso «ruedas de fuego».
Si existe una categoría en el Cielo ellos podrían ocupar la máxima posición, la
más próxima al mismísimo Dios, pues es posible que no hayan sido creados a
imagen y semejanza de Dios, como nosotros, sino que tengan parte o esencia de
Dios, como hijos o hermanos. Esta semejanza les lleva a cuidar con esmero la
obra de la creación y a que se les considere como los seres más bellos del
Cielo y como aquellos que están por encima de las rencillas o problemas más
mundanos.
Se caracterizan por el ardor con que aman las cosas divinas
y por elevar a Dios los espíritus de menor jerarquía. Para atraerlos es
conveniente leerles poesías o cuentos de hadas, ya que tienen una inocencia
infantil.
Dionisio Areopagita dijo que los nombres dados a estas
inteligencias celestes significan los modos distintos de recibir la impronta de
Dios y que serafín equivale a decir inflamado o incandescente. Los serafines
son considerados, según su idea, el orden mayor de la jerarquía celestial, los
que rodean el trono de Dios y están en constante alabanza diciendo: «¡Santo,
santo, santo…!» Son los ángeles del amor, de la luz y del fuego.
Tronos
Los tronos controlan el orden universal, analizan los
resultados y permiten que todo ocurra en el momento y lugar preciso. Son los
consejeros personales de Dios, impasibles, serenos y equilibrados, cuya misión
celestial es lograr la paz y la calma que el lugar y sus moradores requieren.
Al mismo tiempo, ejercen de personas justas, jueces, y libres de toda bajeza o
iniquidad. Logran dar la máxima categoría de bondad y pureza al Cielo. También
controlan el tiempo y el espacio para conseguir que cada cosa ocurra en el
momento adecuado.
Dionisio Areopagita dice: «El nombre de los sublimes y más
excelsos tronos indica que están muy por encima de toda deficiencia terrena…
han entrado por completo a vivir para siempre de aquel que es el Altísimo…».
Iconográficamente resulta difícil identificarlos, aunque
Reau comenta que en ocasiones se ven como «ruedas» que conducen el carro de
Dios. Al igual que los serafines y los querubines, su misión principal es
contemplar a Dios y adorarlo.